Traducción de nombres propios

Traducción de nombres propios

La traducción de nombres propios, esa gran incógnita. Cuando nos enfrentamos a un texto con nombres de países, ríos, personas célebres, empresas, instituciones, etc., nos asalta la duda: ¿qué se traduce y qué no?

Siempre se ha dicho que los nombres propios de personas no se traducen. Sin embargo, antes se traducía absolutamente todo. Nos encontrábamos con casos como: Tomás Moro en lugar de Thomas Moore y Christopher Columbus para referirse a Cristóbal Colón, adaptado a su vez del italiano Cristoforo Colombo. Hay nombres traducidos que están tan extendidos que no solemos echarle cuenta. Sin embargo otros, como el primer ejemplo que poníamos, hace que nos planteemos qué pautas debemos seguir en nuestras traducciones.

Entonces, ¿qué podemos hacer?

Por norma general, solemos encontrar equivalentes de los nombres de personajes históricos siempre y cuando sean adaptables a la lengua meta. En el caso de que el apellido no sea traducible, como el de William Shakespeare, no se traduce ni el nombre ni el apellido. Aunque en algunos casos solo se adapta la grafía cuando esta resulta complicada para el hablante de la lengua meta. Así, el apellido de Mijáil Bakhtin se adaptaría a Bajtín.

En cualquier caso, los nombres propios pertenecientes a personas reales, escritores o personajes literarios no suelen ni deberían traducirse. Sobre todo si tenemos en cuenta que muchos de estos nombres son inventados y, como tal, no tienen equivalencia en ningún idioma. En cambio, a veces los autores utilizan nombres con una significación especial que señala o enfatiza alguna característica del personaje. Si lo dejamos como en el original, ese juego de palabras, ese significado, se pierde. Igual que se perdería el marcador geográfico del personaje si traducimos nombres propios comunes. En este caso, en el que la traducción fuera posible e incluso necesaria para la comprensión del texto, habría que adaptar el nombre.

Traducción de nombres de la realeza

Y hablando de nombres propios que sí se traducen, un buen ejemplo de ello serían los nombres de la realeza, los papas y artistas clásicos. Por poner unos ejemplos, podemos mencionar a la reina Isabel II, el papa Benedicto XVI, Confucio, Juana de Arco, Guillermo el Conquistador, Juan Sebastián Bach, El Bosco, entre otros. Los nombres cuyo sistema de escritura es distinto al europeo, también se trasladan.

Traducción de nombres propios

Los lugares geográficos no deberían traducirse y aun así hay algunos que tienen su equivalente en otro idioma. Sin embargo, este caso no es exactamente de traducción, sino de naturalización en la mayoría de los casos. Es decir, el nombre del lugar se adapta a la lengua meta. Con este tipo de nombres no suele haber consenso en cuanto a qué se puede traducir y qué no. Esta decisión depende de varios factores como, por ejemplo, si ya hay una traducción establecida o si esos países están de acuerdo en que se traduzca el nombre.

En cuanto a instituciones y organismos, estos sí que suelen traducirse. Esto es debido a que su denominación viene dada por elementos descriptivos que tienen traducción directa. En cambio, los nombres de marcas o empresas no suelen traducirse, aunque siempre podemos encontrar excepciones.

De cualquier forma, es bueno que acudamos a fuentes de documentación y que investiguemos ante la duda. Si el nombre propio en cuestión cuenta con una traducción o adaptación ya establecida y extendida, nos da vía libre para usarla. Y si todavía seguís con dudas, esta pequeña guía de Virgilio Moya os puede sacar de dudas.

Publicado en Los entresijos de la traducción.

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